BAJCURA & ASOCIADOS S.A.

Walipini: Huertas subterráneas para el clima extremo del Altiplano boliviano

FUENTE DE LA IMAGEN,INMA GIL / BBC

 

Foto Inma Gil BBC. “Cuando visitamos Bolivia hacía nueve meses que no llovía”

El sonoro nombre aymara de estos invernaderos significa literalmente “muy bueno” o “muy bien”.

Estos invernaderos semienterrados generan un clima óptimo para el cultivo. Esto se ha logrado en medio de un sitio árido de altas temperaturas de día y temperaturas heladas de noche.

Es el resultado de una tecnología inventada por un cooperante suizo que hace unos 29 años llegó a esta inhóspita parte de Bolivia con financiación europea precisamente con el cometido de explorar cómo hacerla más habitable.

Peter Iseli se instaló en una granja en El Alto, a las afueras de La Paz, y logró su propósito, pero apenas tuvo tiempo de dejar por escrito lo que había conseguido: su muerte prematura* puso un fin abrupto a su proyecto de ingeniería y durante algunos años de sus Walipinis quedaron las estructuras abandonadas y nadie sabía muy bien para que servían..

¿Cómo llegó entonces su invención a Gabriel Condo y a tantas otras familias en el Altiplano?

“Se vende” en medio de la nada

Cuando al empresario Michael Gemio se le averió el automóvil en medio de la nada y buscando ayuda llegó a una granja semiabandonada con un cartel de “se vende” no se imaginaba que lo que escondían aquellas polvorientas paredes se convertiría en un proyecto vital, no solo para su familia sino también para otras comunidades del Altiplano.

La familia Gemio, sin experiencia en agricultura, compró el lugar y reconstruyó con cariño los extraños hoyos y paredes semienterradas que encontraron con la ayuda de los mismos lugareños que años atrás habían trabajado con “El suizo”, como apodaron a Iseli.

¿Qué tiene de especial el Walipini?

Están integrados a la naturaleza, casi no se los ve en medio de la naturaleza. Y desde el punto de vista económico, son más baratos y eficaces que los invernaderos convencionales.

 

La inversión inicial es de mano de obra, para cavar el hoyo en la tierra.

El Walipini de Gabriel Condo puede pasar fácilmente desapercibido en medio del paisaje del Altiplano.

¿Cómo se construye un walipini?

 

·       Excavar un hoyo de al menos 1m de profundidad por las dimensiones deseadas.

·       Crear una capa de drenaje con piedras bajo la tierra.

·       Construir las  paredes exteriores de adobe, dejando una puerta y al menos una ventana para ventilar.

·       Añadir un tejado con una inclinación mínima de 30 grados.

·       La pared más alta debe estar orientada hacia el Sur para aprovechar al máximo el calor del Sol.

 

 

El hecho de estar construídos semienterrados, genera que la temperatura en su interior se mantenga constante. Y esto evita la evapostranspiración de las plantas y reduce el consumo de agua. 

Un walipini visto desde el exterior. 

“Mucha gente los copió y se construyeron en colegios, comunidades, pueblos, comentó De la Peña, que fue amigo de “El suizo”.

Hay trabajos de investigación realizados por universidades bolivianas.

“Fiebre de invernaderos”

 

La réplica de Walipinis durante la primera década del 2000 coincidió con una especie de fiebre de invernaderos en el Altiplano, alimentada por una ola de financiación europea para el desarrollo en Bolivia.

Muchas organizaciones hicieron proyectos con distintas carpas solares para mejorar la dieta de la población, basada casi exclusivamente en carbohidratos y proteínas -quínoa, papa, maíz y llama-, y para darles a las familias andinas una herramienta con la que garantizar su seguridad alimentaria frente a los efectos del cambio climático.

Tradicionalmente los vegetales y hortalizas de hoja verde no forman parte de la dieta del Altiplano porque no crecen a la intemperie, pero en los Walipinis, sí.

La Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), en 2012 publicó en internet una guía para la construcción de Walipinis y levantó una veintena para las familias más “vulnerables” de la región: las que vivían en los lugares más altos y más aislados del Altiplano, como la de Victoria Mamane, en San Pedro de Totora.

“No hay agua”

 

No pudimos llegar en carro hasta su casa. La pista que ondeaba por las dunas y cruzaba cauces de ríos secos al final ya no se distinguía del desierto y nuestro conductor decidió parar por miedo a quedarnos varados.

Vista de la casa de Victoria Mamane, en la provincia de San Pedro de Totora. La construcción de la izquierda, con el tejado de aspecto amarillo, es el Walipini que contruyó la FAO en 2012.

Levantaron el walipini de Victoria con la condición de que solo fuera utilizado para cultivar forraje para las llamas, porque si bien son uno de los principales sustentos de muchas familias del Altiplano, en invierno suelen quedarse sin alimento por las heladas que acaban con el pasto.

Desde 2018 el Walipini, de unos 20×5 metros, está prácticamente abandonado. Victoria Mamane, que apenas habla español, me dijo con resignación “no hay agua”.

Después explicó que en aymara hace dos años el río que utilizaban para regar el invernadero se secó.

Hoy es un invernadero triste y pálido en comparación con la exuberancia de los de la granja Ventilla, en El Alto.

 

Victoria cuenta que en su momento lograban segar forraje en abundancia cuatro veces al año. Ahora, lamenta que ni hay agua ni manos para trabajar el Walipini porque “las nuevas generaciones se van a la ciudad”.

 

Victoria Mamane en el interior del Walipini que construyó la FAO en 2012. En su momento cortaban cebada cuatro veces al año para alimentar a las llamas.

Walipini edificado por la FAO en 2012 como parte de un plan de “preparación y reducción del riesgo de las comunidades altiplánicas”.

Los Walipini no son una solución exenta de costes: además de agua, exigen tiempo y bastante trabajo.

Gustavo Clavijo y Javier Argandoña, de CIPCA, el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado en el Altiplano, creen que a pesar de ser una tecnología eficaz desde el punto de vista técnico muchos Wallipini fueron abandonados porque necesitan bastante dedicación, y no existe en esta región de Bolivia una tradición del cultivo y consumo de hortalizas.

“No es algo propio”, comentan, aunque matizan que las familias sí están adquiriendo hábitos de consumo distintos, cada vez más variados.

 

Desayunos especiales

 

La familia de Gabriel Condo ahora está acostumbrada a desayunar de vez en cuando tortilla de acelgas o a acompañar sus platos tradicionales con una ensalada de perejil o una sopita con vegetales de la huerta.

 

Un pequeño riachuelo en lo alto del terreno de Gabriel Condo le permite acumular agua en un depósito para regar su Walipini. Pero muchas fuentes de agua en la provincia de San Pedro de totora se han secado en los últimos años.

 

 

Por ahora tienen aún acceso a un pequeño riachuelo en lo alto de su parcela desde el que riegan su Walipini y en el que el ganado calma la sed.

 

Pero saben que su fortuna puede ser temporal: el río que alimentaba las tierras de su vecino, Javier Ingala, también se secó hace tres años.

 

Javier Ingala, vecino de la provincia de San Pedro de Totora, en medio de lo que hace tres años era un caudaloso río.

Entretanto, cultivar en campo abierto se volvió cada vez más difícil por el aumento de las temperaturas y la imprevisibilidad de las lluvias: “Ahora no se puede acertar ni con la siembra de las papas, nos va pésimo en la agricultura, fracasamos. Sembramos pero no da buena producción”, lamenta Gabriel Condo.

El otro legado de “El Suizo”

 

A unos 300km de distancia, en El Alto, Héctor Vélez, de la Granja Ventilla, sí sabe cuándo se avecinan las lluvias porque se lo dice un cáctus.

 

Héctor Vélez dice que sabe cuándo se avecinan las lluvias porque se lo dice este cactus, conocido localmente como “la achacana”.

“Si florece la achacana es que va a llover. Antes los abuelos creían en esto y nosotros no”, me dijo.

Ahora él siembra papa y cebada al aire libre guiado por el cactus. Claro que hubo años en los que nunca salieron las flores.

 

Pero la mayor parte de su trabajo diario es en alguno de los 18 Walipini de la ecogranja: Vélez sí tiene el tiempo, la dedicación y el conocimiento para hacerlos rendir al máximo, incluso cuando eso implica dejarlos en barbecho.

 

Muy pocos en Bolivia conocen la historia de Peter Iseli o han oído hablar de sus Walipini o de esta granja. Pero en La Paz muchos sí conocen el otro gran legado de “el Suizo”: la valerianella locusta.

 

Hace tiempo que este tipo de lechuga poco conocida fuera de Europa se puso de moda en los mejores restaurantes de la ciudad, hasta llegar poco a poco hasta las ensaladas de muchos hogares paceños.

 

“El Suizo la cultivaba (Valerianella locusta) y la llevaba a los mercados populares de La Paz”, cuenta Vélez, que ahora produce unas 600 bolsas a la semana, con las que se sustenta parcialmente la granja Ventilla.

 

Héctor Vélez trabajando en un gran Walipini de la Granja ventilla, en El Alto, en las afueras de La Paz.

Las hiedras que cubren las paredes de tierra del wallipini ayudan a retener la humedad, para minimizar el riego.

Gabriel Condo lo sabe y por eso hace casi tres años decidió construir una de estas estructuras baratas e ingeniosamente simples, con la que ha podido mejorar la dieta de sus cinco hijos y aliviar el bolsillo.

 

“Ya no compramos verduras en el mercado, ahora las producimos aquí”, me contó orgulloso frente a su Walipini, semienterrado a unos 4.000 metros de altura en un remoto lugar del departamento de Oruro, al final de media hora de viaje por una pista arenosa que se vuelve inaccesible cuando llueve.

 

El Chuño es papa helada y deshidratada con el sol y el aire seco y frío del altiplano y otras alturas cordilleranas. Es un alimento que se conserva por largo tiempo. El procedimiento de fabricación es similar a la liofilización.

 

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir Chat
Hola!
Puedo ayudarte en algo?